Habitar la vida

No sabía 

No sabía que vivía en el mejor de los mundos.
Mi infancia, jugando con tierra, agua y barro. Subiendo a una higuera que estaba en la vera de una acequia de riego. Paseando con los perros. Observando insectos y arañas. Gozando la proximidad del río Isuela. Baños en la acequia y ríos a los que íbamos a pasar la tarde, llevando la comida preparada por mamá. En esa camioneta amarilla, con la que se hacía el reparto de la leche de nuestras vacas.
Hasta mis dieciséis ese era mi mundo.
Pensé que la casa siempre sería mi añorada, pero pronto me sentí habitante complacida de piso, ascensor, bañera,...
Me volví urbanita. Desde ese tiempo el asfalto es lo primero que alcanzo cuando salgo.
Amo el cielo cambiante y los árboles de nuestras calles. También sus parques.
No habitaria la casa ni viviría una vida similar a la de mi madre.
Esa era su vida.
La mía quiere ciudad donde perderme.
Me congratula la gente en la calle y pájaros y otras aves que se aproximan a esos árboles aún sin vestir de unas hojas que desde mi mirada interior taparán la calle.

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